domingo, 4 de noviembre de 2012

Los jejenes, ¡qué problema! El ruido de la palabra es hermoso aunque el jején sea una pesadilla, esas nubecitas tan bien organizadas alrededor de la cabeza, dictaminando pensamientos de supervivencia. Rememorar el peligro de la nube acentúa mis déficits pulmonares crónicos y a la vez ¿cómo evitarlo? Su tamaño de servicio de inteligencia del reino insectal, su gran metáfora de estar en todos lados sin poder ser evitados... 
En la ría nos bañamos en bombacha y los jejenes respetaban, pero saliendo eran la bomba, nos daban la unidad contra el enemigo y no hay una sóla marca de dermotóxico capaz de salvarnos. El bicho se avecina entre los poros libres.
Toso, sin cesar, mis pulmones viejos e inmaduros, temo, que una nube habite en ellos. Que en el galope o después del baño en el arroyo un viento me los pueda haber...
En la estancia se asaron panes alisados con verduras, quesos, jamón, hasta hicieron torta de vainilla. Hubo carne encebollada, zuccinis en salmuera, suave humus, papas aplastadas con queso azul y tomillo al horno, puerros enleñados, calabazas, pan francés, pollo en tiras, ¡y mis pulmones! Y con la sangre caliente por el almuerzo, con vino tinto además, y agua, y tónica, hacía un calor literal, nos adoraron los jejenes y nos odiaron las gallinas, ´porque al pedo ajeno no lo aguanta cualquiera si no tiene un objetivo.
Un chico está por cumplir cinco años, tiene cara de santo. Hizo en la orilla una escultura de osamenta de vaca y flores silvestres. Sólo había comido arroz, nada más, y jugo de manzana. Nuestro santo tiene guardado el futuro, ya lo va a soltar. Es todo un misterio.

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