domingo, 2 de diciembre de 2012

Amaneció inesperadamente a las dos de la mañana. O era el fósforo de las rocas que resplandeció blancamente. Lo más probable es esto último porque la aurora no es blanca al principio. El blanco no existe más que en situaciones muy particulares. Esta aurora era celeste, sucia. Una mancha que tendía al celeste colapsado de luz, pero nunca blanca.
-No tengo lentes de sol
-Tomá los míos sin aumento
-No me sirven, no veo
- Mejor que ver la aurora o el fósforo, dale, ponételos! Te vas a quedar ciega!
-Y vos qué? Nos te vas hacer nada?
-Ya me pasó mil veces esto de la aurora, lo tengo controlado

El instante, que no se notaba que era un instante, pasó así sin que nadie se pusiera los lentes de sol. Pero sí se los puso la Diosa después y siguió así hasta la noche. Era el último tramo del camino hasta el pueblito. Le indiqué los obstáculos y estuvo todo bien. No veíamos la hora de llegar para dormir en una cama puramente cultural no importa de qué color, lo que sea, pero basta de tierra decíamos.